jueves, 30 de octubre de 2008

Bromas pueriles

El jueves había amanecido frío pero el sol de esta estación del ano templaba las tardes rápidamente. Cuando llegue al Café de los Jueves todos estaban sentados en la mesa del solar del bar. Freddy llego con el pedido y Félix le pidió el bronceador. Dijo: Con el cambio horario necesito protector 50 para cuidar mi piel. Omar que últimamente había dejado salir su veta humorística le apunto a Félix. Dijo: Che, no te estarás convirtiendo en un “paspado” vos. Justamente, replico Félix con el mismo sentido, me pongo cremita para no pasparme. El tema es que vos que tenes la cara pegada al horno de la pizzería y te estas ajando como una pasa de uva, así que te aconsejo que te untes con algo que no sea harina. La ronda había comenzado con bromas pueriles. Recordé por un instante las rondas de truco entre mis tíos y mi padre, cuando yo era apenas un pibe donde se gastaban bromas de ese tipo, pero particularmente una de aquellas reuniones, donde alguien hizo mención a “doblar el codo”. Con los anos entendí esa metáfora turfistica que significaba, pasados los cincuenta, entrar “al tiro derecho fin”. Pensé que habían pasado más de cuarenta y cinco anos y sin embargo nuestro comportamiento no se había modificado demasiado. Me pregunte entonces si esos intercambios tendrían que ver con la esencia de la masculinidad. Tal como el carácter, ciertamente ofuscado, que solemos enarbolar y que nuestras mujeres nos reclaman u otras tendencias, siempre irritativas que nos cuesta controlar. Fuimos criados en una época donde se nos decía que “…los hombres no lloran o lo hacen para adentro”. Cierta manifestación de sensibilidad no estaba “…bien vista”, porque nos ponía en situación de debilidad. Recordé esa canción que cantaba Serrat donde dice: “Fuerte pa ser su señor y tierno para el amor” como la máxima aspiración de todo mujer al respecto de un hombre. Mientras en la mesa aun se gastaban bromas yo seguía recordando ciertos hitos educativos que por alguna razón han quedados marcados en la memoria. Mi vieja, precursora en educación sexual, repetía toda ves que el tema veladamente se hacia presente que “…todos los hombres tienen la nariz en el medio de la cara” o “pájaro que comió, voló”. Estas sentencias estaban dirigidas a mi hermana, quien había entrado en la adolescencia. Yo que aun era un niño me preguntaba ingenuamente “…que las mujeres también tenían la nariz en medio de la cara”. Y, por otra parte, que se iba a quedar haciendo el pájaro, si ya había comido, sino ejercitar unos de sus mejores atributos: volar. Para mi padre, hace medio siglo, las mujeres eran incomprensibles. Pero resulta que hoy lo siguen siendo. Lo escucho a diario. Alguien dijo que a las mujeres no hay que comprenderlas, sino amarlas, pero para la masculinidad, racional por excelencia, resulta complicado amar aquello que no se entiende. Sin advertirlo claramente estaba haciendo un listado de las condiciones básicas de la masculinidad. Pensé que todo el tiempo hay que decodificar. Cuando el no de una mujer es si, cuando el si es no y así, todo el tiempo. Un amigo me dijo un dia: Cuando mi mujer me dice: tenemos que hablar, yo rajo. Ese recuerdo se tradujo en una sonora carcajada que despertó la curiosidad de la mesa. No, dije, otro día les cuento. Pero volvamos a las bromas pueriles y sintámonos adolescentes por una tarde.
 

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