jueves, 2 de octubre de 2008

Amores Eternos

Freddy trajo el pedido. Sirvió nuestra mesa del Café de los Jueves con precisa elegancia. La copa de coñac para Félix, el café americano para Daniel que colocó junto a los alfajores, los pocillos para Bernardo y Omar, la copa de jerez para José y el cortado liviano para mí. Toda la tarea la realizó por la izquierda de cada uno de nosotros y dando un giro completo a la mesa. Antes de marcharse hacía la barra hizo una reverencia conocida; llevo su mano con sus dedos juntos hacía su frente, la giro hacía su boca, continuó el giro hacía la parte izquierda de su pecho, apoyándola ligeramente sobre su corazón y el giro final de su mano y muñeca acompañado de la inclinación de su torso. “Con mi mente expreso mí corazón” dijo. Freddy estudiaba actuación. Me lo había referido una tarde en la que yo llegue más temprano de lo habitual. Pensé que había aprovechado la ocasión para realizar un ejercicio teatral y era asimismo una demostración de respeto para todos nosotros. Un rato antes Freddy había salido del bar, hasta la puerta e intercambiado unos mimos llenos de ternura con una muy bonita joven. Fue apenas un instante y luego regreso para atender nuestra mesa. José dejo flotando la conocida frase: Juventud, divino tesoro. Daniel agrego: Lo que puede el amor. ¿Qué puede? Se preguntó Bernardo con el sarcasmo de costumbre, y agregó: Convertirnos en ilusos, quizás. Bendita ilusión, repitió José. Pude observar, entretanto, como a partir de cierta situación dada, alguien comienza y da inicio a una conversación que arrastra a otros y los involucra. Yo esperaba la arremetida de Félix y la espera no fue tal. Félix dijo: Resulta extraño que una palabra, que en su acepción propia, no tenga una definición precisa y mucho menos clara, sin embargo nos empuje, de continuo, a consideraciones encontradas pero no exentas de pasión. Félix continuó: Si buscamos una definición de la palabra amor vamos a necesitar enhebrar una serie de palabras que, solo, intentaran dar una velada explicación sobre su significado. Eso pasa con cualquier palabra, acotó Omar. Sí, es cierto, acordó Félix. Si buscamos una palabra en el diccionario nos encontramos con otras que la definen. Pero en cuanto a la palabra amor cuya aproximación atraviesa los costados emocionales de la criatura humana cualquier intento de definición resulta infructuoso. El amor no necesita definición alguna, dijo José con vehemencia y agregó, hay que sentirlo y dejarse arrastrar por él. He aquí un auténtico romántico, dijo Bernardo, palmeando a José. “El corazón tiene razones que la razón no comprende” señaló Daniel, con el único propósito a avivar el debate. Félix, recordó, que el amor como la definición de la relación entre dos personas, es relativamente nueva. Dijo: No es que la relación “apasionada” no haya existido, digamos, desde siempre. Pero ha sido durante el desarrollo y evolución de la criatura humana y el ingreso de ésta, en la cultura, lo que ha posibilitado la idea del amor como definición de aquella relación. En las cuevas de Altamira, donde se encontraron las primeras manifestaciones humanas del arte, no había allí graficaciones de escenas de amor, sino de la actividad humana más características de la época, la caza. Nos fuimos a la mierda, dijo José, con expresión malhumorada. Se, agregó, con cierta exasperación, que yo estoy vivo, hoy, y que la poética letra del tango, sea, quizás, en la pluma de sus mayores exponentes, el compendio más acabado de la relación amorosa, compleja, tortuosa y demás adjetivos, pero que sin tal vivencia la vida sería un pozo negro en el que caeríamos continuamente. Bravo, dijo Omar. Acabemos con toda perorata intelectual y dejemos que fluya la pasión por doquier. Bernardo enarcó las cejas, inclinó la cabeza y por sobre los anteojos dijo de manera interrogativa: Si, claro, pero donde carajo nos conduce, por doquier, tal pasión. Nos levantamos todos, inmediatamente y señalando a Bernardo le dijimos a Freddy: Hoy paga éste y rajamos.
 

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