jueves, 17 de julio de 2008

San Cobos

La redacción de nuestro periódico LA SEMANA tenía una disposición distinta, en cuanto a la habitual distribución de los escritorios donde desarrollamos nuestro trabajo. Gustavo había colocado el plasma en un lugar estratégico y la “tácita invitación” quedó echa sin otra consideración que esa novedosa disposición. Las jarras de café, la pava y el mate y las vituallas anticipaban, en nuestro lugar de trabajo, la noche, la larga noche que se avecinaba. El ejercicio de la democracia en la Cámara Alta, en su más auténtica expresión se estaba desarrollando desde las primeras horas de la mañana, tan genuinamente, como la semana anterior lo fuera el largo debate en Diputados y nosotros como periodistas y ciudadanos aceptamos el convite porque comprendimos acabadamente que era la primera vez, en muchos años, que lo que en el Parlamento se jugaba involucraba al conjunto de los sectores sociales que componen la vida activa de nuestro país.
La dirección de nuestro semanario había sondeado la audiencia del debate la semana pasada y ya sabíamos del extraordinario seguimiento que aquella extensa discusión, con altos niveles de “raitting” había tenido.
Los actos del día anterior, multitudinarios, representaron a trazo grueso, el insipiente punto de partida para abatir la intolerancia política, quizás, para siempre. Por otra parte, por nuestra profesión y el síndrome natural que su ejercicio compone, tanto como en cualquier otra, prestábamos particular atención a los distintos enfoques periodísticos de los medios nacionales, que son quienes imponen, por poder propio, la articulación de sus líneas editoriales.
Todos nosotros seguimos con suma atención cada exposición y acotábamos nuestra propia opinión. Hubo, claro y como no podía ser de otra manera, vaticinios periodísticos que demostraron, una vez más, que las empresas del cuarto poder no poseen autocrítica, no les importa ni tienen en más mínimo respeto por la audiencia. Anticiparon la aprobación de la ley cuando el Senador Saadi confirmó su voto afirmativo y fueron a buscar, tan velozmente como les fue posible, las repuestas de quienes presiden las entidades agropecuarias. Y lo hicieron como se hicieron eco antes y reprodujeron y abrieron sus micrófonos a todos aquellos que tildaron al Congreso “… de la escribanía del Ejecutivo...”.
Cuando finalmente el Presidente del Senado y Vicepresidente de la Nación tuvo que definir como nunca antes había ocurrido en la vida institucional de la República, la integridad de este hombre resulto conmovedora. Pensé al verle la expresión de su rostro que “…le había tocado bailar con la menos agraciada…” y lo había hecho como un auténtico caballero. Recordé entonces lo que había dicho mi amigo Félix la semana anterior en el “Café de los Jueves”, “…cuando el oficialismo porta en su seno la mayor virtud democrática, que es el disenso, los mecanismos institucionales están garantizados…”.
Cuando la mañana despuntaba y comencé el lento retorno en busca de mi cama fría, rebotaban en el fondo de mi cráneo las imágenes patéticas y exultantes de algunos políticos opositores que expresaban una algarabía que ni siquiera pueden atribuir a su propia aportación. Pensé que se trata de un conjunto abigarrado de deslucidos personajes que vienen circulando por la vida política del país, tan desarraigados de sus convicciones como abrazados a sus bancas.
Pensé que el Gobierno había anticipado el respeto a la decisión del Congreso y si sabe aceptar el traspié, negociar con firmeza lo que la ciudadanía ha manifestado, a través de sus representantes, y comunicar con el acierto y la eficacia que le ha faltado desde el principio de este conflicto. Así la gestión del Ejecutivo saldrá fortalecida, de lo contrario su debilitamiento será progresivo. Cuando entraba a casa recordé que el General Perón decía que “…los pueblos no se suicidad…”. Dios quiera.
 

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